10 de noviembre de 2025
10 de noviembre de 2025
FICHA
Autoría: Rob Daviau y Matt Leacock
Ilustraciones: Cory Godbey
Editorial: Devir
Participantes: 2–4
Edad: +8
Tiempo: 45'
Precio: 37€
Complejidad: 1,5 / 5
Introducción
Ziggurat es un juego cooperativo de estilo legacy diseñado por Rob Daviau y Matt Leacock, dos nombres imprescindibles en el desarrollo de campañas narrativas en juegos de mesa. Publicado por MindWare y recientemente editado en castellano por Devir, se presenta como una experiencia de seis capítulos pensada para jugar en familia, accesible desde los ocho años y componentes llamativos que incluyen una estructura tridimensional que representa el zigurat del título.
La historia parte de un escenario misterioso: un zigurat olvidado durante siglos en el centro de un pueblo adormecido, del que se rumorea que en otro tiempo albergó un dragón. Ahora, los habitantes han empezado a ver espíritus de fuego pululando por sus niveles y los ancianos del lugar buscan valientes dispuestos a investigar. Ese es el punto de partida de una aventura que evoluciona capítulo a capítulo, introduciendo nuevas reglas, piezas y desafíos, mientras vamos poniendo pegatinas en el reglamento, ganando títulos honoríficos y desbloqueando contenido oculto. Aunque tiene una clara vocación familiar, se nota la mano de los autores al construir una progresión de juego que mantiene el interés a través de sorpresas bien dosificadas.
Cómo se juega
En Ziggurat asumimos el papel de un grupo de aspirantes a héroes que deben trabajar juntos para ascender a la cima de una antigua estructura piramidal plagada de peligros. El juego se desarrolla en seis capítulos conectados mediante una narrativa ligera pero eficaz, y cada uno de ellos comienza con una pequeña historia y una serie de instrucciones que marcan el objetivo y las condiciones específicas de esa partida.
La preparación inicial es muy sencilla. Abrimos el sobre correspondiente al capítulo que vayamos a jugar, leemos la introducción y preparamos el tablero en tres dimensiones que representa el zigurat. Cada persona escoge un personaje y lo personaliza con su nombre y su retrato, añadiendo más adelante títulos honoríficos en forma de pegatinas si consigue ciertos logros durante las partidas. Aunque estas distinciones no afectan a las mecánicas, aportan un toque divertido y personal.
El objetivo básico es lograr que todos los personajes lleguen a la cima del zigurat antes de que los espíritus de fuego nos impidan el paso. Cada cual tiene siempre una carta visible frente a sí, y en su turno debe resolverla. Las cartas suelen tener dos partes: una primera que indica cómo se mueve uno o varios héroes, y una segunda que especifica qué espíritus de fuego se activan y cuántos espacios se desplazan. Estas cartas puedan afectar a todos, participantes y espíritus, no solo a quien esté actuando, por lo que la cooperación es fundamental.
Los movimientos se hacen en línea recta y siempre por el número exacto de casillas indicado. Si un héroe termina su movimiento frente a una escalera, asciende automáticamente al siguiente nivel. En cambio, si cae sobre una rampa, se desliza hacia abajo. Si termina su turno en una casilla con un agujero, caerá dentro y la partida se pierde al instante. Lo mismo ocurre si un espíritu de fuego nos alcanza, si pasa por nuestra casilla o si intentamos cruzar la suya. Estas reglas tan sencillas generan un espacio de juego donde anticiparse y coordinarse es clave para sobrevivir.
La cooperación es continua. De hecho, como todas las cartas están visibles, podemos planear entre todos el mejor orden para ejecutar los movimientos y así evitar situaciones peligrosas. Además, en algunos casos una carta permite mover a cualquier héroe, no solo al propio, lo que refuerza esa toma de decisiones colectiva. Hay también reglas para empujar a otro héroe si se termina el movimiento en su casilla, lo que puede usarse para acercarlo a una escalera… o enviarlo, sin querer, a una trampa. En cuanto a los espíritus de fuego, su comportamiento es simétrico al de los héroes: pueden subir, bajar o caer en trampas, y si lo hacen, se eliminan del tablero, lo cual resultará positivo para conseguir nuestras metas. Sin embargo, su número puede ir aumentando con el paso de los turnos, haciendo que el tablero se vuelva cada vez más peligroso si no logramos neutralizarlos a tiempo.
Una vez que alguien alcance la cima del zigurat, ya no moverá más a su héroe. A partir de ese momento, si le tocan cartas que le obliguen a mover, podrá aplicar el efecto sobre otros compañeros para ayudarles a avanzar. Esto hace que, a medida que más personas alcanzan el objetivo, la partida se acelere y la cooperación se intensifique, lo cual añade emoción al tramo final.
La campaña incluye un sistema de progresión muy accesible: si ganamos el escenario, pasamos al siguiente y desbloqueamos nuevas sorpresas; si perdemos una vez, simplemente repetimos la partida; y si fallamos dos veces consecutivas, abrimos un sobre con elementos que nos ayudarán a equilibrar la dificultad, sin hacer que el juego pierda su reto. Este sistema mantiene el ritmo fluido, sin castigar en exceso, pero recompensando el progreso colectivo.
Valoración y conclusión
Ziggurat es, ante todo, un juego que sabe a quién va dirigido desde el primer momento. Su diseño está claramente orientado a un público familiar, especialmente con chavales a partir de los ocho años, y su mayor virtud está en haber sabido simplificar las mecánicas propias de un juego legacy sin que por ello la experiencia resulte vacía o meramente superficial. Desde el arranque, el juego presenta un planteamiento visualmente atractivo, con una pirámide en tres dimensiones que no solo llama la atención sobre la mesa, sino que también facilita la inmersión en la historia. El montaje es sencillo y rápido, y la estructura física del tablero ayuda a visualizar de forma clara la progresión de los personajes, lo cual resulta especialmente útil cuando se juega con personas poco familiarizadas con este tipo de propuestas.
Una de las grandes fortalezas de Ziggurat es su accesibilidad. Las reglas se aprenden en cuestión de minutos, los turnos fluyen con agilidad y el sistema de cartas visibles fomenta la cooperación sin generar situaciones frustrantes ni demasiado exigentes. Esto lo convierte en una herramienta muy eficaz para introducir a nuevos jugadores en dinámicas de juego cooperativo y planificación en grupo. Además, el equilibrio entre azar y decisión está bien medido: aunque las cartas se roban de forma aleatoria, la información compartida permite que podamos anticiparnos a situaciones complejas y encontrar soluciones en equipo. A esto se suma un sistema de ayuda progresiva que permite ajustar la dificultad en caso de encadenar varias derrotas, lo que evita la frustración y permite que la experiencia siga siendo gratificante incluso para quienes no están acostumbrados a juegos de campaña.
Sin embargo, también hay que reconocer que Ziggurat puede quedarse corto si se aborda desde una perspectiva más exigente o con un grupo exclusivamente adulto. La complejidad mecánica es baja, la narrativa es simpática pero ligera, y el desarrollo de la campaña no introduce grandes giros ni toma de decisiones que afecten al estado final del juego. Aunque se defina como legacy, lo cierto es que el grado de transformación del sistema de reglas y del propio tablero es bastante limitado. No se destruyen componentes, no se introducen cambios permanentes que modifiquen sustancialmente las siguientes partidas y, una vez completados los seis capítulos, el juego puede rejugarse sin diferencias reales entre una campaña y otra. Para algunos esto será una virtud –especialmente si se piensa en prestarlo, revenderlo o compartirlo entre familias–, pero para quienes busquen una experiencia narrativa más ramificada y con consecuencias duraderas, puede resultar algo descafeinado.
Otro aspecto a tener en cuenta es la escalabilidad. Aunque el juego funciona correctamente a dos personas, se nota que su punto óptimo está en partidas a tres o cuatro, donde la interacción y la necesidad de coordinar cartas y movimientos genera situaciones más dinámicas. A dos, el margen de maniobra es más reducido y algunas decisiones pierden fuerza. También hay pequeños detalles de producción que pueden generar algo de frustración, como la estabilidad de los standees sobre la estructura de la pirámide o ciertas dificultades para ver con claridad las casillas desde determinados ángulos, especialmente si hay varias figuras agrupadas en el mismo nivel.
A pesar de estos puntos menos favorables, la experiencia general que ofrece Ziggurat es muy satisfactoria dentro de su categoría. Su propuesta está diseñada con inteligencia, pensada para ser jugada con tranquilidad en sesiones de media hora a tres cuartos, y con un ritmo de progresión que mantiene la curiosidad capítulo a capítulo. Los títulos honoríficos aportan un incentivo simpático para quienes busquen superarse, y el formato de campaña cerrada en seis episodios permite planificar la experiencia como una miniserie jugable sin que se alargue en exceso.
En definitiva, Ziggurat es un buen punto de entrada al mundo de los juegos cooperativos con narrativa, especialmente si lo que se busca es compartir la experiencia con peques o con personas que se están iniciando en el hobby. Su ambientación fantástica, su ritmo ágil y su componente visual lo convierten en una opción muy recomendable para mesas familiares. No es un juego que busque reinventar nada ni competir con las grandes campañas del mercado, pero dentro de su formato contenido y accesible ofrece una propuesta divertida y, sobre todo, perfectamente adecuada a su público objetivo.