15 de julio de 2025
15 de julio de 2025
FICHA
Autoría: Michele Quondam
Ilustraciones: Yaroslav Radetskyi
Editorial: Eclipse Editorial
Participantes: 2–4
Edad: +12
Tiempo: 10-30'
Precio: 35€ (expansiones a 19,95 € cada una)
Complejidad: 2 / 5
Introducción
Dominance es un juego de mayorías con una peculiar vuelta de tuerca: aquí no representamos a una facción, sino que intentamos aliarnos con la que resulte vencedora. Ambientado inicialmente en la Italia medieval, el juego incluye opcionalmente componentes para extender la experiencia a otros contextos históricos, como el Imperio Inca, la antigua Roma o el mundo vikingo, mediante packs temáticos adicionales. Publicado en España por Eclipse Editorial, se trata de una adaptación de un diseño de Michele Quondam que destaca por su sencillez, profundidad táctica y una producción más que notable, con monedas metálicas y miniaturas de edificios incluidas.
El título parte de una premisa poco habitual: cada participante adopta el rol de una figura influyente que busca apoyar a la facción que finalmente domine el mayor número de territorios. Sin embargo, no hay lealtades fijas. A lo largo de la partida, podremos (y deberemos) cambiar de bando tantas veces como sea necesario. Esta flexibilidad estratégica es uno de los grandes aciertos del juego, ya que obliga a estar al tanto del desarrollo del mapa, a anticipar los movimientos del resto y a gestionar en secreto tras una pantalla una reserva de monedas que actúa como termómetro de nuestras intenciones. El resultado es un juego de pujas encubiertas y maniobras oportunistas en el que nada está decidido hasta la última disputa.
Cómo se juega
En Dominance interpretamos a una figura influyente de distintas épocas –desde un cónsul romano hasta un noble inglés del siglo XVIII–, pero lo realmente importante no es nuestra identidad, sino a quién decidimos apoyar. El objetivo no es controlar territorios directamente, sino estar del lado de la facción que lo haga cuando la partida termine. Esta idea es lo que hace que el juego gire en torno a la astucia, el oportunismo y la capacidad de leer las intenciones del resto.
El tablero está formado por losetas hexagonales que representan distintos territorios. Cada uno de estos empieza bajo el control provisional de una facción (oro, plata o bronce), representada por una moneda metálica colocada sobre la loseta. Nosotros empezamos con unas pocas monedas ocultas tras una pantalla, y durante la partida podremos conseguir más o gastarlas, siempre intentando influir en qué facción se impone en cada zona.
Durante nuestro turno, tenemos la posibilidad de realizar dos acciones. Podemos mover monedas de un territorio a otro adyacente, lo cual permite reorganizar la influencia de las facciones en el mapa. También podemos reforzar una zona añadiendo una moneda del mismo color desde una reserva común, lo que hace que ese territorio sea más difícil de conquistar por otra facción. Otra opción es robar una moneda de una línea visible de monedas, que actúa como mercado, siempre que no tengamos ya cinco. Y por supuesto, podemos declarar una disputa.
Precisamente, las disputas son el corazón del juego. Si decidimos abrir una, señalamos un territorio aún sin dueño definitivo. Todo el mundo, en secreto, escoge cuántas monedas quiere apostar en esa disputa y de qué facciones. Al revelarlas, se suman todas las monedas apostadas junto a las que ya estaban en el territorio, y la facción con más apoyos gana ese lugar. Es en ese momento cuando se decide el verdadero control: la loseta se da la vuelta y queda ya bajo el dominio permanente de esa facción.
Pero aquí no termina la cosa. Quien más haya apostado por la facción ganadora se convierte en el líder de la disputa, lo que le otorga beneficios inmediatos. Puede quedarse con una moneda de la línea visible y después decidir entre tomar una segunda o construir un edificio. Los edificios (pueblos, ciudades, capitales o puentes) no sólo embellecen el tablero, sino que aumentan el valor del territorio cuando llegue el recuento final. Los puentes, además, unen dos territorios de la misma facción y otorgan puntos extra si están conectados correctamente.
La partida continúa así, turno tras turno, con cada cual intentando posicionarse del lado correcto mientras interviene en el desarrollo del mapa. Una vez que todos los territorios menos uno hayan sido disputados, el juego termina. Entonces se cuentan los puntos de cada facción según los territorios que controlen y los edificios construidos. La facción con más puntos se proclama vencedora. Y de entre las personas jugadoras, gana quien tenga más monedas de esa facción tras su pantalla. Si hay empate, se sigue una cadena de desempates mirando la segunda y tercera facción en importancia, lo que obliga a mantener una reserva variada y flexible.
Todo esto ocurre en partidas que no suelen pasar de los treinta minutos, pero que están llenas de decisiones interesantes y faroleos constantes. La clave está en leer bien la mesa, ocultar nuestras verdaderas intenciones y saber cuándo conviene cambiar de bando sin que se note demasiado.
Valoración y conclusión
Dominance consigue algo poco habitual: ser un juego ligero de reglas, pero cargado de decisiones importantes. Desde el primer turno, el juego nos plantea un dilema constante entre mantenernos fieles a una facción o cambiar de bando si la situación lo requiere. Esa tensión entre lealtad e interés personal es uno de sus grandes logros, porque obliga a estar atentos al desarrollo del mapa, a lo que hacen los demás y a lo que podría pasar en los siguientes turnos. Las pujas secretas aportan un componente psicológico muy atractivo, en el que no sólo cuenta lo que jugamos, sino también lo que los demás creen que vamos a jugar. Ese faroleo bien integrado en la mecánica convierte cada disputa en un pequeño duelo de ingenio.
Otro de sus puntos fuertes está en los componentes. Las monedas metálicas, las miniaturas de edificios y las pantallas personales hacen que la experiencia de juego sea muy inmersiva desde el primer momento. Es un título que entra por los ojos y que da gusto desplegar sobre la mesa. Además, su propuesta visual se ve reforzada por la posibilidad de cambiar de ambientación con las expansiones temáticas, que no alteran las reglas pero sí modifican por completo la estética y el contexto histórico, añadiendo variedad sin complicar la experiencia.
La escalabilidad también está bien resuelta. Aunque a cuatro personas brilla con más fuerza por la variedad de disputas y la incertidumbre creciente, funciona correctamente también a dos y tres, manteniendo siempre la esencia del juego. Las partidas son ágiles, rara vez superan los 30 minutos, y la curva de aprendizaje es suave, lo que lo hace perfecto para introducir a nuevas personas, sin que por ello pierda interés para quienes ya tienen experiencia.
En el lado menos favorable, cabe mencionar que el juego depende en gran parte de la actitud del grupo. Si las personas no se implican, si no se dedican a observar y a anticiparse, o si simplemente juegan de forma pasiva, la partida puede volverse predecible o incluso algo plana. El azar en la preparación inicial de los territorios también puede provocar desequilibrios si no se ajusta bien el reparto de monedas al principio, lo que puede condicionar la partida desde el arranque. Y aunque el sistema de faroleo es uno de sus grandes atractivos, también puede resultar frustrante para quienes prefieren juegos más estratégicos y menos psicológicos.
En definitiva, Dominance es un juego sorprendente por cómo combina una mecánica sencilla con un grado de tensión constante. Nos invita a leer la partida, a reaccionar con rapidez y a tomar decisiones a veces incómodas pero necesarias para adaptarnos a un entorno cambiante. Su producción es impecable, su ritmo es dinámico y su propuesta resulta original y fresca. Un juego ideal para quienes disfrutan con las mayorías, el engaño inteligente y las partidas que se ganan tanto con la cabeza como con el instinto.